En primer lugar, si alguien no ha leído las entradas anteriores, debe empezar por
aquí y luego seguir por aquí.
En segundo lugar mis disculpas. Una sobrecarga de trabajo y mi próxima paternidad me ha tenido muy ocupado.
Empecemos,
En primer lugar debemos definir exactamente qué es una utopía y
una distopía. Si no nos ponemos de acuerdo en eso no puede haber debate, porque
partiremos de definiciones diferentes. Tampoco la definición puede incluir
elementos subjetivos (no podemos juzgar si algo es bueno o malo en su
definición).
Es decir, debemos describir tanto utopía como distopía como una
forma de mostrar la sociedad (el reparto de la energía disponible del que
hablaba en mi primer post). Luego se deben usar criterios objetivos para
definir si es una u otra.
No puedo estar de acuerdo con la definición que da Sara:
Siendo ambas críticas
feroces a una realidad presente, su principal diferencia radica en la
imposibilidad de la primera frente a la viabilidad de la segunda. La utopía se
entiende como inalcanzable, la distopía se interpreta como la posible
culminación de una tendencia real. La sociedad distópica guarda
inquietantes similitudes con la sociedad sobre la que pretende advertir. La
sociedad utópica resulta ser todo lo contrario.
No hay imposibilidades, sólo malas implementaciones. Tampoco estoy
de acuerdo con lo siguiente:
¿Por qué es la utopía
inalcanzable? La sociedad utópica no tiene fisuras, ahí radica su
imposibilidad. La utopía no admite errores. Es perfecta, idílica. Un solo
ciudadano descontento termina con la utopía.
Dentro de la definición de utopía, debe forzosamente estar la
supervivencia de la sociedad utópica. Si no, no es utopía, es una simple idea
feliz, una pura masturbación intelectual. Una utopía, con su diseño de sociedad
debe incluir los mecanismos encaminados a garantizar su permanencia en el
tiempo. Si un solo ciudadano termina con la utopía no lo es.
Hablamos de definiciones actuales, no podemos pensar en el
teléfono como aquello que invento Antonio Meucci, teniendo los teléfonos
que tenemos ahora. La definición de utopía (así como la utopía misma) debe
evolucionar.
Pero para Tomás Moro esa evolución era anatema en sí misma, ya que
por influencia de la sociedad en la que vivía le hacía ver una sociedad estática
como el mayor bien posible. No lo es (o no necesariamente).
En ese aspecto, podemos recordar la Gaia de Asimov. Un organismo
vivo que incluye a todo el planeta, donde todo está en equilibrio armonioso.
Una de las mayores pegas que le ve el protagonista a la hora de tomar una
decisión es que un organismo así tendrá una evolución muy lenta.
La sociedad distópica,
sin embargo, provoca esa infelicidad. No en vano, cualquier sociedad distópica
se basa en el control de los individuos. En la distopía se ha de
impedir que el ciudadano se rebele, en la utopía el ciudadano no desea
rebelarse en ningún caso. Sin excepciones.
Tampoco estoy de acuerdo con esto. En la sociedad utópica debe
haber mecanismos para tratar la rebelión de elementos internos. Debe ser elástica
o se rompe (y volvemos otra vez al punto de que si se rompe no es una utopía).
Y en cuanto a que en la utopía el ciudadano no desea rebelarse, no
es cierto. La presión social no se lo permite, y el condicionamiento del
sistema (la educación donde se enseña a ser ciudadano), tampoco. Por lo tanto
es igual de condicionado, la única diferencia es el método.
Y en cuanto a un mundo feliz:
Pero su mayor similitud
es también su mayor diferencia. Moro nos propone un sistema igualitario, de
libre albedrío y equitativo. Huxley, por el contrario, nos habla de un sistema
de castas en el que el comportamiento humano ha sido condicionado desde la
concepción. La felicidad de los utopianos es innata, la de los
fordianos prefabricada.
El sistema de Huxley es igualitario y equitativo (todo el mundo
tiene las mismas posibilidades en su concepción, sólo el azar lo condiciona),
tiene libre albedrío dentro de sus capacidades (ese límite lo tiene también en
la Utopía de Moro, sólo que el límite es innato y no desarrollado, tanto da).
SI la felicidad se produce artificialmente o no, es igual, produce felicidad
que el que la recibe percibe como genuina. A una persona que está deprimida y
se le colocan electrodos en el cerebro para estimular una zona, consiguiendo
que pueda ser feliz, le da igual si la felicidad es artificial o no.
Los ciudadanos de
Utopía son genuinamente libres, sin embargo, en Un mundo feliz dicha libertad
no existe. Toda respuesta a cualquier estímulo ha sido creada artificialmente
en una sala de condicionamiento pavloliano.
Cualquier educación se produce por condicionamiento. En contra de
la teoría del buen salvaje, el hombre necesita límites. Y no hay manera natural
de ponerlos. Y, volvemos a lo hablado anteriormente, seguramente ahora si
tuviéramos que diseñar un mecanismo de educación para UN MUNDO FELIZ sería
diferente, recordemos la época en la que fue escrita. Ahora se haría mediante
psicología o PNL, la diferencia es que parece menos dañina que la
mecanicista. En el fondo es igual.
Señala Radurdin la
posibilidad del exilio que nos proporciona Huxley en Un mundo feliz. Aunque a
priori pueda parecer una salida para aquellos que no comulgan con las estrictas
normas de la sociedad fordiana, lo cierto es que más que una alternativa, las
islas son un castigo. Extraigo dicha conclusión de la conversación que, en
el capítulo XVI, sostienen Bernard y el Interventor
Aquí Sara me hace una pequeña trampa. Es cierto
que Bernard se queja, pero Bernard es un quejica, un Woody Allen muy pelmazo.
Helmholtz no se queja tanto:
-Así es como
pagué yo. Eligiendo servir a la felicidad. La de los demás, no la mía. Es una
suerte -agregó tras una pausa- que haya tantas islas en el mundo. No sé cómo
nos las arreglaríamos sin ellas. Supongo que los llevaríamos a la cámara letal.
A propósito, Mr. Watson, ¿le gustaría un clima tropical? ¿Las Marquesas, por
ejemplo? ¿O Samoa? ¿Acaso algo más tónico?
Helmholtz se levantó de
su sillón neumático. -Me gustaría un clima pésimo -contestó-. Creo que se debe
de escribir mejor si el clima es malo. Si hay mucho viento y tormentas, por
ejemplo...
El Interventor asintió
con la cabeza.
-Me gusta su espíritu,
Mr. Watson. Me gusta muchísimo, de verdad. Tanto como lo desapruebo
oficialmente. -Sonrió-. ¿Qué le parecen las islas Falkland?
-Sí, creo que me
servirán -contestó Helmholtz-. Y ahora, si no le importa, iré a ver qué tal
sigue el pobre Bernard.
Helmholtz, al contrario que el interventor, valora su arte, y
decide deciarse a ello. Y en realidad la sociedad no se opone.
La lectura de "Un
mundo feliz" enfrenta al lector con su realidad. Huxley pretendía
alertarnos sobre los peligros de la industralización (seres humanos siendo
producidos en cadena, Ford convertido en una deidad) mediante la exageración de
una realidad ya existente. La sociedad fordiana es una posible consecuencia de
lo que sucedía entonces (y hemos podido comprobar que Huxley no iba tan
desencaminado. No es, por tanto, una utopía ya que, bajo mi punto de vista,
dista mucho de ser idílica o, incluso, imposible.
Como soy un tecnólogo convencido, y la industrialización no es más
que otra etapa de la evolución tecnológica, no tengo ningún reparo en afirmar
que una sociedad basada en esos principios me parece correcta y liberadora,
siempre suponiendo límites energéticos. Si se lima un poco (se hace menos
histriónica), puede ser un utopía perfecta.
Pero claro, eso es porque siempre me he visto como Alfa, en mis
islas.